jueves, 30 de octubre de 2008

Adoradores insaciables

Matt Redman

Como adoradores de Jesucristo vivimos en la tensión entre lo actual y lo que aun no es. A partir del día en que lo recibimos, nuestras almas hallaron su destino y razón de ser.
La realidad de su amor y su presencia invadió nuestros corazones, y hallamos la plenitud. La Biblia revela que Dios es el que "sacia de bien tu (nuestra) boca" (Salmos 103:5). Pero ese no es el cuadro completo. También somos adoradores insaciables, personas que solo vemos en parte. Siempre llevaremos en nuestros corazones una santa frustración: El gemido interno de todos los creyentes que esperamos con entusiasmo "la adopción, la redención de nuestro cuerpo" (Romanos 8:23).
Eugene Peterson escribió: "La adoración no satisface nuestro hambre por Dios, sino que despierta nuestro apetito". Cuanto más vemos de Jesús, más sabemos que aun hay más por descubrir. Cuanto más toca nuestras vidas, más nos damos cuenta de cuán fervorosamente necesitamos que Él consuma cada parte de nosotros. La adoración también origina tanto preguntas como respuestas. Cada vislumbre que tenemos de Jesús, así tan maravillosa como es, es sólo una gota en el océano. Y cuanto más vislumbres tengamos, más comenzaremos a descubrir cuán inmenso es el océano. Somos personas que "buscamos descubrir más de Él", corazones que lo adoramos en un viaje difícil pero gratificante. Un día alcanzaremos nuestro destino final; pero por ahora, cada paso de nuestro caminar con Dios es un pequeño anticipo de la gloriosa herencia que tenemos por delante.
Muchas veces es muy alentador ver cuánto hemos avanzado en nuestro camino. En un muelle, las personas marcan las filigranas como recordatorios de los niveles alcanzados por la marea en ese lugar. De la misma manera, es muy bueno reflexionar en las cimas y depresiones que tuvimos en nuestro andar. Cuando miro hacia atrás, comienzo a ver las marcas de la gracia de Dios durante toda mi vida. Cuanto más lejos miro, más veo cuánto Él ha formado y sanado mi corazón.
Hay otra razón por la que probablemente permanecemos como adoradores insaciables en esta vida. Comenzamos a ver al mundo a través de los ojos del cielo. Cuanto más vemos la perfección de Dios, más notamos la imperfección que nos rodea. Los verdaderos adoradores se mueven con cuidado, toman conciencia de cómo está el mundo en el que viven y desean marcar una diferencia dentro de la injusticia, la pobreza y el dolor que los rodean. Un adorador de Jesús no puede hacer la vista gorda a todas esas cosas.
Hay una santa y a veces dolorosa frustración que se introduce justo en el corazón del adorador insaciable. Todo nuestro ser sabe que "las cosas no pueden seguir en este rumbo". Debemos ser intercesores, personas que vean la brecha y se pongan allí. Dios nos impartió su corazón de restauración y un ardiente deseo por ver su amor y su justicia sanando las naciones. Pero si realmente vamos a tener integridad en nuestra adoración, en algún momento este deseo deberá transformarse en acción: compartir nuestra comida con el hambriento, vestir al desnudo y satisfacer las necesidades de los afligidos (ver Isaías 58:7, 10). No podemos ser adoradores que simplemente se la pasan caminando por allí, ignorando la realidad de este mundo quebrantado. Dios desea llevarnos al lugar en el que podamos unirnos a su corazón que se duele por los demás, un lugar donde el hacerlo todo ya no sea simplemente una opción más.
Anhelo ser un adorador que sea un ejemplo a seguir por los demás, no sólo con mis labios, sino con mi vida. Dios dejó muy claro que la adoración y la justicia son inseparables.
Para que éstas vayan siempre juntas, hay tres cuestiones no resueltas dentro del corazón de los adoradores insaciables. Primero, sólo hemos vislumbrado la gloria de Dios, unas pocas gotas del océano de su esplendor. Vivimos con una constante sed, deseando más de Él en nuestras vidas. Segundo, vivimos sabiendo que somos personas quebrantadas, sanadas en parte pero aún muy frágiles. Somos adoradores "inconclusos", que anhelamos que su obra en nosotros sea concluida. Por último, estamos como peregrinos en una tierra extranjera, dolorosamente conscientes de los problemas que nos rodean y los muchos corazones que aun no han descubierto a Jesús. Mirando a través de los "lentes" del cielo, nuestros corazones se duelen por introducir al Reino de Dios en esas situaciones.
Estas tres cuestiones no nos hacen peores adoradores. En cambio, moldean nuestra devoción y fortalecen nuestra resolución de perseverar en la fe. Solo vemos en parte, aunque lo que vemos es suficiente como para brindarnos esperanza y propósito en nuestro andar. Y mientras emprendemos nuestra adoración aquí y ahora, miramos hacia el horizonte, confiando que un día lo imperfecto desaparecerá y conoceremos como fuimos conocidos.

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