martes, 17 de febrero de 2009

El adorador insaciable

El adorador transformado
Este es el mismo Jesús al que, en dos capitulos anteriores, se lo describe con ojos como llama de fuego y con un rostro resplandeciente como el Sol en todo su esplendor.
La intimidad, en este caso, no será entre dos semejantes. Sabemos que no somos dignos ni siquiera de recoger las migajas debajo de su mesa, pero esto es lo que tiene de hermoso esta situación. La invitación que Jesús nos hace es seguramente el mayor misterio del universo. Más que estar facinado por saber exactamente cómo fue formada la tierra o cuán lejos llegan los grupos de galaxias, lo que más me cautiva es este misterio: el Dios Todopoderoso me invitó a tener intimidad con Él, y el hijo de Dios murió de buena gana en una cruz para hacer que esto sea posible.
Lejos de competir entre ambas, la intimidad y la reverencia, en realidad, van de la mano. La Biblia nos dice que "la comunión íntima de Jehová es con los que le temen" (Salmos 25:14). Cuando el temor del Señor nos conduce a la amistad, es cuando el misterio realmente se quiebra. ¿Cómo puede ser que el Dios eterno atrajera a sus brazos de amor a alguien como yo?
El primer capítulo de Apoclipsis nos da una poderosa ilustración de una reunión íntima y reverente. El escritor, Juan, experimentó un encuentro asombroso con el Señor.
En el versiculo 16, describe a Jesús como un ser impresionante que tenía en su mano derecha siete estrellas. En el siguiente versiculo leemos que luego Jesús puso esa misma mano derecha sobre Juan y lo confrontó, lo insitó a no temer.
Es un cuadro de sobrecogimiento e intimidad. William Barclay lo resume perfectamente:"La mano de Cristo es lo suficientemente fuerte como para sostener el cielo, y lo suficientemente tierna como para secar nuestras lágrimas".
Escrito por Matt Redman.

No hay comentarios: