
El “buen pastor” está caracterizado por cuatro distintivos:
1. No sacrificó a los demás, como a menudo lo hacen los grandes de este mundo. No, él se sacrificó a sí mismo.
2. Se ofreció voluntariamente y dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida” (Juan 10:17). El Padre no tuvo que obligar a su Hijo, sino que éste, por su muerte voluntaria, dio a su Padre un motivo más para amarle.
3. Dejó su vida por sí mismo, porque tenía “poder para ponerla” y “poder para volverla a tomar”. Ningún ser humano tiene ese poder, es decir, la libertad, el derecho y la capacidad de dejar su vida y de volverla a tomar. Notemos de paso que es un serio pecado atentar contra la propia vida.
4. En esto el Señor tampoco obró de manera independiente de Dios. Él afirmó: “Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:18). ¡Era el Hijo perfecto de un Padre perfecto!
Como resultado de su muerte, los creyentes tienen dos certezas: Jesús “da vida eterna” a sus ovejas y ellas “no perecerán jamás” (Juan 10:28). Esto significa sencillamente que tienen una eterna seguridad y asimismo una eterna bienaventuranza.